Si
algo le faltaba al multicampeón River de Gallardo era este desafío: enfrentará
a un soberbio rival, con sello distintivo y un poderío sin equivalencias.
La prueba final. La
final única. La gloria eterna. Si algo le faltaba al multicampeón River de
Gallardo era encontrarse con un reto tan desafiante para coronar un ciclo sin
igual. "Flamengo no tiene rivales: tiene víctimas", se escucha
entre los periodistas cariocas. Intentando no ser una de ellas, hoy a las 17,
en el Monumental de Lima, el equipo del Muñeco se apresta a una contienda
singular, que provoca la tentación de que hasta el propio Rafa Borré la plantee
incluso más dura que la del 2018, contra Boca y en el Bernabéu, cuando el
universo del fútbol sabe que no hay nada más desgastante psicológicamente que
enfrentar al clásico rival fuera de casa.
Pero con certeza,
en el debate futbolístico este partido le puede discutir el trono de la
complejidad a la final de todas las finales. Flamengo es, lo avalan los
números, mejor equipo que Boca. Tiene futbolistas de sobrada experiencia
internacional (Filipe Luis, Rafinha, Diego Alves), promesas que fueron al Viejo
Continente y hacen méritos para volver (Gabigol, Gerson), jugadores que
encontraron su lugar en el mundo (Bruno Henrique, Rodrigo Caio, Pablo Marí) y
un entrenador que le agregó el encanto de la dinámica europea a la mística del
jogo bonito para lograr que los torcedores más nostálgicos volvieran a
disfrutar del fútbol-espectáculo en el Maracaná.
Pero si el Fla
tiene a Jesus, River disfruta de su dios. Y a Gallardo se encomiendan sus
fanáticos en este tremendo examen en el que River jugará contra todos (se
estima que la cantidad de simpatizantes de Flamengo representa el 90% de la
población argentina) y contra todo. Contra un soberbio rival que ostenta un invicto
de 25 partidos como un sello distintivo en este siglo y un poderío económico
sin equivalencia (en los dos últimos años invirtió 52 millones de euros en
refuerzos), contra el favoritismo en las apuestas, contra el optimismo
desbordante de una torcida que hace 38 años desea volver a levantar la Copa y
fantasea con volver a enfrentar al Liverpool en el Mundial de Clubes como en el
81, contra la maldición que los supersticiosos le adjudican a su lugar de
entrenamiento (la cancha de Alianza Lima), contra el masivo apoyo que los
brasileños tendrán en el estadio y contra las estadísticas: no sólo nunca
le ganó al Flamengo en Libertadores (dos derrotas, dos empates) sino que perdió
su única final en Perú (Sudamericana 2003 contra Cienciano) y los dos partidos
que jugó en el escenario de la final (San Martín de Porres, 2008 y 2009).
El Muñeco.
Napoleón. El mejor DT de la historia del club. Ese es el antídoto que River
tiene para lo que se le presente. Aunque para él, que en lo táctico siempre
estuvo un partido adelantado contra Boca pero uno detrás de sus oponentes
brasileños (Cruzeiro y Gremio, por caso), también será un test de 90/120
minutos. Con el 11 de memoria intentará frenar el vendaval rojinegro.
Necesitará de un equipo aplicadísimo, compacto y agresivo. Porque como
precisó el Negro Astrada, Flamengo sabe jugar al fútbol pero no luchar. Y
si a este River hay algo que no le falta es convencimiento para ir por un
resultado.
La convicción, el
compromiso colectivo y, más que todo, el expertise en juegos de altísima
presión lo pueden ayudar a equilibrar un partido que se definirá en las áreas
pero tendrá sus claves fuera de ellas. De cómo logre que el Fla no soporte la
presión (Ronaldo ya le advirtió a Gabigol que deberá estar preparado para
los golpes), cómo controle el juego aéreo defensivo, cómo impida los
supersónicos contragolpes rivales y cómo marque a los dos magníficos (Bruno
Henrique y Gabigol, 70 gritos en el año) dependerá su éxito para lograr otro
hito histórico: el bicampeonato en la Libertadores, la tercera Copa de
este ciclo.
Hoy es la prueba
final. El juego que verán cinco mil millones de espectadores en 169 países, en
sus casas, en los aviones y hasta en cruceros. El partido en el que River
buscará sobreponerse a todo y volver a mostrar su voracidad ganadora para que
este 2019 sea tan fantástico como 2018, 2015, 1996 y 1986.
La Quinta es su
objetivo. La gloria eterna ya la tiene.
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