Después de su año más difícil en
River, Gallardo necesita precisión en los refuerzos y recuperar fútbol y
mentalidad.
El título de la
Copa Argentina fue una caricia en medio del año más difícil de Gallardo como
entrenador de River. Un River -el de Gallardo- que tuvo tres meses, entre marzo
y mediados de mayo, que remitió al original, que padeció dos sanciones por
doping, que se vio sacudido por la venta de Alario, que nunca encontró un
reemplazante de Barovero y que perdió una serie que tenía ganada para ser
finalista de la Libertadores.
Ese golpe, del que
apenas esbozó cierta recuperación en la final con Atlético Tucumán, desnudó a
un plantel con pocas variantes confiables y puso sobre tablas la habitual
mentalidad de todas las formaciones que armó el Muñeco.
Ariel Holan, aun
con la aún inexplicable voltereta sobre su continuidad mediante, fue el mejor
entrenador del 2017 en la Argentina porque su Independiente tuvo una idea,
dispuso de juego y le blindó la cabeza. Virtudes que acompañaron a Gallardo
para darle un giro total a la historia internacional de River, cuyos hinchas
recibieron el regalo anticipado de las Fiestas cuando su conductor garantizó su
continuidad. Ese enorme conductor que debe ser muy preciso en los refuerzos y
regresar a sus fuentes para volver a ser.
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