Es el segundo aniversario del 9/12, pero los festejos son todos los días desde aquella final. A partir de Madrid, los hinchas de River le ganaron a la vida para siempre.
Un día inolvidable.
Y
qué se puede decir a esta altura del 9 de diciembre de 2018. Cuánto se
dijo, se escribió. Cuántas reproducciones tuvieron los goles, el partido
completo. Cuántos videos caseros siguen y seguirán apareciendo grabados desde
las tribunas del estadio Santiago Bernabéu.
El
2020, este año de mierda, deja seguridad sobre la brevedad de las cosas. Los
hombres y las mujeres viven un tramito de tiempo, les toca una lonja de la
historia, o una miguita. Cientos de millones de hinchas de River, de ayer,
de hoy y de mañana coincidirán en que el mejor momento para estar vivos
fue y será ese día. A tus bisabuelos riverplatenses les habría gustado
presenciar la gesta eterna, a Angelito Labruna, a los héroes fundacionales del
club. A tus nietos y a tus tátara-tátara (tátara al cuadrado, en realidad)
nietos también. Algunos tal vez lean estas líneas dentro de cien, doscientos
años en un archivo de biblioteca. Y les digo: no saben lo que se perdieron.
Tal vez el futuro lejano resuma el partido a los goles de Pratto, Quintero
y el Pity Martínez, pero fue mucho, muchísimo más.
Fueron
40 días en los que los hinchas de River y los de Boca pasaron por todas las
emociones posibles hasta la última, la desconocida: la felicidad y la
tristeza de ganar y de perder la final más importante de todos los tiempos
contra tu clásico rival. Antes hubo días de ilusión, días de nervios, de
miedos, de desilusión, de bronca, de impotencia, de incertidumbre, de ilusión
otra vez. Ese mes y pico (más que lo que dura un Mundial) que pasó desde que
River eliminó bajo un diluvio bendito a Gremio en Porto Alegre y Boca hizo lo
propio en San Pablo con Palmeiras se hizo eterno, aunque no tan eterno como el
después. Los días eran chicles y había una sensación de procrastinación en el
aire: la postergación inicial por el chaparrón el día de la ida y la suspensión
por dos días consecutivos por la agresión al micro de Boca en las inmediaciones
del Monumental hacían pensar en realidad que el mundo no estaba preparado
para esa final. Que era demasiado. Macri, por entonces, dijo que el que
perdiera tardaría 20 años en recuperarse: le quedan 18.
El
mundo no estaba preparado pero finalmente se llegó a un límite en el que
absolutamente todo el planeta estuvo pendiente del partido. El cambio de sede a
la Casa Blanca del fútbol en España terminó por darle el marco internacional a
un evento que nadie quiso perderse. Pasaron ya dos años de ese día, pero
pareció ayer. O, en realidad, pasa lo que sucede con el Día del padre, de la
madre, o del amigo: desde aquella final, todos los días son 9 de
diciembre. No hay una puesta de sol que en los hinchas de River (y seguramente
en los de Boca, por qué no decirlo) no deje al menos un recuerdo de esa fecha.
Un video de los goles, fotos, el cambio de Biscay guionado por Gallardo, el
festejo de Pratto, el zurdazo de Quintero que hizo estallar el arco y el mundo
de Boca, el tiro de Jara al palo que podría haber cambiado todo, el despeje de
Armani, el taco que no fue de Juanfer, la personal de Martínez para irse, para
que fuera el tercero, para que fuera el tercero, y gol de River, gol
de River.
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