River pasó por encima a Boca en
varios aspectos del juego y se impuso 1-0 para cerrar la pretemporada con una
alegría enorme e impedir que algún cobarde hiciera de las suyas en el
entretiempo. La solidez defensiva resultó fundamental para alcanzar el triunfo.
Con una autoridad
enorme, River venció a su eterno rival. Le marcó la cancha, le jugó apretando
los dientes en cada pelota dividida y desplegó la cuota indispensable de
inteligencia táctica para comprender distintas circunstancias del partido.
Borró a Boca, le impidió causar peligro y expuso la ausencia sin aviso de
Carlos Tevez. Todo como consecuencia de un gran trabajo colectivo y el gol de
Rafael Borré a los 40 minutos de la etapa inicial, tras una asistencia de
Ignacio Scocco para que el colombiano resolviera de zurda buscando el primer
palo. Como si fuera poco, el Millonario le hizo un favor a los jugadores de
Boca porque a puro toque logró que completaran los kilómetros de pretemporada
restantes, haciéndolos correr detrás del balón en el tramo final del encuentro.
Más allá del gol,
la realidad es que River construyó su victoria a partir de la solidez, de la
contribución de todos para la gestación ofensiva, pero sobre todo mediante el
compromiso defensivo en materia de orden y retroceso disciplinado. Aunque la
esencia histórica del Más Grande implica la mirada puesta siempre en el arco de
enfrente, Marcelo Gallardo sabe que un Superclásico hay que ganarlo como sea, que
el protagonismo de ninguna manera debe resignarse. Aclarado eso, el Muñeco está
vez no desprendió a los laterales con voracidad, inculcó la importancia de
acortae distancias, de pasar la línea de la pelota a la hora de recuperar el
balón. Y el equipo comprendió el mensaje, cumplió con la misión, disminuyó
notablemente el margen de error y exhibió confianza, seguridad. Todo el fondo
estuvo a la altura del desafío, especialmente Lucas Martínez Quarta y Javier
Pinola por arriba, sumado a un Gonzalo Montiel espectacular en su costado.
Gracias a la
contribución de todos para achicar el riesgo, poco a poco se empezó a
consolidar la idea de que un ataque bien elaborado podía abrir la cuenta. Costó
bastante, es cierto, principalmente porque Boca también supo contrarrestar a
River tapándole a los volantes para obligarlo a dividir en largo a falta de
gambeta para romper esa zona de presión. Pese a esa dificultad, el gol allanó
el camino de cara a la segunda parte. Los jugadores del Millonario se soltaron
cuando encontraron espacios que antes no existían. El funcionamiento en materia
de creación dio un salto de calidad y hubo situaciones para estirar el
marcador. Nacho Scocco se lamentará varias horas por la insólita chance que no
concluyó en gol por su definición débil sumado a una atajada extraordinaria de
Agustín Rossi.
Lejos de pagar cara
las posibilidades desperdiciadas en algunos contragolpes, River jamás se
derrumbó. Jugó este amistoso como si se tratara de una final. Ni siquiera los
cambios alteraron la premisa desarrollada. Nunca estuvo en peligro el triunfo.
Además del fondo, los mediocampistas dieron batalla en todo momento, ocuparon
bien los espacios, hicieron circular la pelota hasta causar la expulsión de
Julio Buffarini. En ese contexto, Gonzalo Martínez brilló por su desequilibrio
en el cara a cara, sin dejar de lado su esfuerzo para retroceder en el rubro
recuperación. Como quería Napoleón, hubo una tarea colectiva eficiente. Así, El
Más Grande ganó un nuevo Superclásico en Mar del Plata por tercer año consecutivo
y llegará con una linda inyección anímica al partido del próximo domingo contra
Huracán.
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