River ya está en Brasil para visitar
a Flamengo. Deberá reinventar su mística y encontrar juego para tener revancha
en la Copa.
Dicen que cuando
estás tan cargado, cuando no te sale una, estresado hasta los huesos, viene
bien hacerse un viaje. Cambiar de aire, un paisaje diferente, otro clima, por
qué no otro idioma. Que cuando el mundo se te viene encima lo mejor es
recorrerlo, o directamente insertarse en otro mundo. Río de Janeiro sin dudas
lo es: una ciudad que, a la vista de los turistas, vive a otra frecuencia, con
otra idiosincrasia, con los tipos caminando en sunga por la playa sin tabúes,
tomando agua de coco, caipis o cervejas geladas en los chiringuitos de cara al
sol o a la luna, jugando al fútbol en la arena. Allí llegó River este
lunes por la noche. Con una pequeña salvedad: no se fue de vacaciones.
Se fue para
afrontar este miércoles el partido más duro de lo que va del año y justo
en el momento más crítico de todo el ciclo Gallardo, rompiendo récords
negativos, perdiendo en intensidad (perdiendo, bah) casi contra cualquier
equipo que enfrente a nivel doméstico. Pero tal vez, y acaso sea la última
esperanza de la que aferrarse, el cambio de aire le venga bien por más que el
pronóstico extendido para la cidade maravilhosa solo muestra rayitos (y no de
sol) toda la semana. Tal vez tener de frente el mar de Barra da Tijuca como
escenario durante estas horas lo focalice. O mejor: lo resetee, porque eso es
lo que necesita River. Volver a cero, pasar la lona por el polvo de ladrillo y
borrar todas esas huellas mal pisadas. Y por ahí el viaje ayude. O más que el
viaje: un partido que motive de otra manera, que renueve expectativas en el
comienzo de otro torneo. En el comienzo del torneo. Porque la Copa Libertadores
es la competencia por excelencia. Porque es el tipo de certamen en el que los
equipos de Gallardo suelen estar a la altura. Y es justo donde tropezó por
última vez. Un tropezón que fue caída, pero una caída abismal que todavía no
encuentra un piso.
Ese partido contra
Lanús dejó al equipo desnudo, desnudo de todo, incluso de alma. Con la
mandíbula floja y la guardia por el suelo. Quizá sea mentira eso de que un
clavo saca a otro clavo, porque el dolor de aquella noche quedará marcado en el
exitoso ciclo del Muñeco. Aunque una nueva Copa es una nueva ilusión, es una
revancha de verdad. Y es que ninguno de los partidos que debió afrontar River
luego de esa eliminación fue realmente una revancha: ni la final de la Copa
Argentina con Atlético Tucumán ni, mucho menos, cualquiera de los desafíos que
desaprueba casi todos los fines de semana.
Lo admitió,
sincero, MG después de otra derrota en el Sur, aunque haya sido un mensaje
peligroso para leerlo con cierta literalidad: es difícil cuando no jugás
por nada. Flamengo, la Copa Libertadores y la final con Boca en un par de
semanas son mucho; y si River sigue de capa caída serán demasiado. “Vamos a
tener partidos importantes en los que debemos buscar el mejor funcionamiento.
El de Flamengo es clave para arrancar la Copa de manera positiva y después está
Boca en la Supercopa. Son los partidos que posiblemente tengamos que mirar para
salir de esta mala racha. A partir de ahí, debemos funcionar como equipo”, dijo
al respecto Gallardo el sábado en Liniers, después de otra actuación
decepcionante de sus jugadores.
Todavía sin un 11
inicial a la vista, el cambio que sí o sí intentará meter el Muñeco es mental
para este River que no se ríe de janeiro ni mucho menos, pero que llegó a
Brasil para ver si puede empezar por una sonrisa.
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