Con un gol de Scocco a los 36
minutos del segundo tiempo, el Millonario se impuso 1-0 sobre Lanús, por el
partido de ida correspondiente a una de las semifinales de la Copa
Libertadores. Sin brillar, el equipo que dirige Gallardo fue superior y
justificó el triunfo por el esfuerzo hecho durante todo el partido.
La historia de
River demanda una alta responsabilidad. No sólo exige ganar, sino también
gustar y, de ser posible, golear. Esa triple G es el sello futbolístico del
club, aunque desde la llegada de Marcelo Gallardo hubo ajustes necesarios para
encontrar las otras herramientas indispensables a la hora de conquistar la
Libertadores. La receta funcionó en el año 2015 y cada vez está más cerca de
repetirse en este 2017. Cuando hay que jugar, el Millonario desarrolla una idea
clara, buscando el protagonismo en cualquier cancha, pero sin masticar vidrio.
Entiende qué requisitos debe cumplir para luchar en el máximo certamen
continental y por eso da un plus en los momentos difíciles, mediante carácter y
agresividad para quedarse con una pelota dividida o pelearla hasta las últimas
consecuencias, como en el gol de Ignacio Scocco para vencer 1-0 a Lanús.
River, lejos del
brillo que tuvo en el inolvidable 8-0 sobre Jorge Wilsterrmann o en la fase de
grupos, fue inteligente para asumir la iniciativa frente al Granate, aunque sin
permitir que pudiera lastimarlo a través de un contragolpe. Tal es así que, a
excepción de un cruce oportuno de Gonzalo Montiel cuando Lautaro Acosta estaba
a punto de patear, el conjunto de zona sur jamás generó riesgo. Ni siquiera
remató al arco de manera desviada. Es que el Millonario manejó el balón durante
buena parte del encuentro con mucho criterio, metiendo la pausa cuando avanzar
podía ser motivo de pérdida y réplica rival. Leonardo Ponzio cumplió un rol
fundamental tanto en la marca y los relevos como en la distribución acertada,
evitando que una decisión apresurada tomara mal parado a todo el equipo.
El plan fue atacar
con paciencia, sabiendo dónde convenía acelerar, en qué ocasiones encarar y
también cómo presionar para impedir que Lanús saliera con velocidad. En
general, la idea funcionó. Entonces, River construyó cada avance como si se
tratara de una partida de ajedrez, eligiendo los movimientos adecuados, metro a
metro, casillero a casillero. Marcelo Gallardo puso varios volantes para
coparle el medio campo a su adversario, un conocedor de la gestación en ese
sector del terreno de juego. El esquema del Más Grande fue un 4-2-3-1 para
mirar el arco de frente, mutando en un 4-1-4-1 y hasta un 4-3-3, dibujo
original del Granate, que también mutó en el mencionado 4-1-4-1.
Si bien el 0-0 no
hubiera sido un motivo de preocupación en una llave entre clubes de un mismo
país, tampoco era lo esperado. Por eso River salió a buscar el gol con mayor
determinación durante la segunda parte. Sin embargo, Lanús recortó espacios, se
replegó bien, fue práctico para rechazar y amenazó con salir de contragolpe en
cada quite. El equipo de Núñez de ninguna forma se preocupó, consciente de su
plan. Poco a poco empezó a arrimarse mediante pelotas paradas, pero la solución
apareció luego de una sucesión de pases que sirvió para que Gonzalo Martínez
-buscó inquietar a Maximiliano Velázquez, pero el lateral tuvo la ayuda de
Acosta- rematar desde afuera, Esteban Andrada diera rebote y Scocco, de zurda,
resolviera dentro del área, a los 36 minutos del complemento.
Tras ponerse en
ventaja, el Millonario supo cuidar el marcador. Administró los tiempos, mantuvo
su premisa de ser ordenado en cada circunstancia y hasta intentó ampliar la
diferencia ante un Lanús visiblemente golpeado. Aunque no pudo alcanzar otro
tanto, el 1-0 definitivo es un muy buen resultado para visitar el sur dentro de
una semana y pensar en un grito que obligue a que el conjunto que dirige Jorge
Almirón tenga que hacer tres. La final está a un paso, River. El sueño cada vez
está más cerca. ¡Vamos, no nos quedemos!