La
historia del jugador de River combatiente en Malvinas
Gustavo De Luca jugaba en la Reserva
de River en 1982 cuando tuvo que dejar el fútbol de lado para pelear en
Malvinas. La Página Millonaria charló con él para conocer de primera mano su
apasionante historia.
Entre las miles de
historias de los miles de soldados argentinos que combatieron en la fatídica
guerra de Malvinas, la de Gustavo De Luca se puede decir que es una de las
afortunadas. A diferencia de muchos de sus compañeros, Gustavo pudo seguir con
su vida. Pudo seguir haciendo lo que hacía antes de viajar a las islas. Lo que
le apasionaba. De alguna forma, el fútbol lo salvó.
Nacido el 13 de
febrero de 1962, llegó a River en 1980 con 18 años. Delantero, compartió camada
con Jorge Gordillo, el Chino Tapia, Daniel Costantino y Marcelo Messina,
entre otros. En el 81' le tocó hacer el servicio militar en el regimiento de
San Justo, pero eso no le impidió seguir entrenando en las inferiores ni llegar
a la Reserva. De ahí a Primera había un solo paso, aunque la guerra se puso en
el camino.
"Cuando se
toman las Malvinas el 2 abril citan a la clase 62', a los soldados que habían
hecho el servicio militar el año anterior. Hubo que presentarse al
regimiento, pero nadie sabía si iba a ser trasladado o no. Yo estaba en San
Justo, nos dieron ropa especial para el sur y había simulacros de salida, hasta
que un día se salió. Nos fuimos a El Palomar, de ahí un avión a Comodoro
Rivadavia y de Comodoro a Malvinas. Yo llegué a las Islas el 9 de abril",
le contó a La Página Millonaria acerca de cómo comenzó todo.
"Una vez que
llegamos, dormimos en el aeropuerto a la intemperie, con los ponchos. Al otro
día nos trasladamos a Puerto Argentino, a las playas, a hacer las posiciones de
combate y ahí a esperar", señaló. A Gustavo le tocó combatir mano a mano
en los últimos días de la guerra, en las cercanías de Puerto Argentino:
"Nosotros pensábamos que los ingleses iban a bajar en Puerto Argentino.
Nosotros teníamos 10.000 soldados ahí. Sin embargo, bajaron entre medio de las
dos islas, en Bahía San Carlos. Allí había 200 soldados argentinos que
resistieron hasta que hubo que retroceder. Y la parte más cruenta en sí
fueron los últimos cuatro días. Ahí sí fue todos contra todos, cerca de Puerto
Argentino, en Monte Longdon y Monte Kent".
¿Qué recuerda de
aquella experiencia? "Cuando terminó todo, uno se dio cuenta de que
nosotros éramos totales inexpertos y que ellos eran profesionales con total
conocimiento de lo que estaban haciendo. Hubo falta de armamento y el que
había era de mala calidad. Nosotros no teníamos ninguna estrategia de guerra,
pero uno se dio cuenta de eso después. En ese momento uno creía que
peleaba mano a mano, pero no era así. Ellos eran menos, con mucho mejor
armamento, profesionales. Nosotros inexpertos", se lamentó.
A la inexperiencia
había que sumarle las pésimas condiciones en las que se encontraban los
soldados argentinos: "Pasé hambre, frío. Después del bloqueo aéreo en
mayo empezó a escasear la comida. Entrado junio empezó a nevar y no teníamos la
ropa adecuada".
Tras la rendición,
Gustavo regresó al continente 72 días después de su llegada: "El último
día de combate tuve algunas heridas chicas, esquirlas y una perforación de
tímpano. Regresé con el Comandante Irizar, que era el buque hospital, a
Comodoro Rivadavia. Como estábamos todos muy flacos estuvimos 4 días ahí
en recuperación para comer y llegar mejor a Buenos Aires. Volvimos a Campo
de Mayo de ahí cada uno a su casa".
Sobrevivir a una
guerra deja heridas que van más allá de lo físico. Para Gustavo, el fútbol
fue la forma de seguir adelante: "Como recomendación me sugirieron que
volviera lo más rápido posible. Volví enseguida a los entrenamientos de River. Llegué
a jugar 6 partidos más en Reserva con Goycochea, Gorosito, De Vicente y me
lesioné la rodilla. Me rompí los dos meniscos. A fin del año 82 tenía que
firmar mi primer contrato y como todavía no estaba recuperado, River me dejó
libre".
El rechazo por
parte del club fue un golpe duro de asumir, pero no lo detendría. Continuó su
carrera en Nueva Chicago, All Boys, Talleres de Remedios de Escalada y
Douglas Haig hasta que en 1987 cruzó la cordillera para jugar en Chile. No
fue una decisión sencilla radicarse en un país que había sido cómplice de
Inglaterra, pero hubo que hacerlo. Pasó por 8 clubes distintos, entre ellos O'Higgins (donde
lo dirigió Manuel Pellegrini) y Colo Colo. En 10 años, logró hacerse un
nombre en el fútbol chileno. Lo apodaron "el artillero de
Malvinas". Alcanzó reconocimiento y tras un fugaz paso por Alianza Lima en
Perú y por el Baden de Suiza, se terminó retirando en 1996 con la camiseta del Everton
de Viña del Mar.
Después de colgar
los botines, hizo el curso de directo técnico. Nunca lo ejerció. Regresó al
país y no tuvo más contacto con el fútbol. La pelota ya había suficiente por
él.