Identidad
Gallardo
El equipo que le gusta al DT: este
River muestra cada vez más rasgos que lo hacen asemejarse al del 2014...
Tal vez allá por
2014 algún escéptico haya dicho que fue culo. Que el primer River de Gallardo
fue una conjunción mágica de jugadores que se entendían de memoria y nada más,
que en todo caso el mérito del entrenador haya sido juntarlos.
En la noche del
domingo ese tipo se tuvo que arrepentir. Tuvo que admitir que no fue magia.
¿Cómo es posible que casi tres años después, con todos los jugadores distintos
salvo dos o tres, el equipo juegue casi igual? Bueno, ya no hay otra manera de
explicarlo: si a alguno le quedaba alguna duda, ésta es la mano del Muñeco, la
identidad Gallardo. La del fútbol a un toque, la de un conjunto que te pinta la
cara con un funcionamiento aceitado, un maridaje entre precisión en velocidad,
cambio de ritmo, triangulaciones, rotación armónica de posiciones para no dar
referencias de marca, talento y voracidad famélica para recuperar la pelota
cuando no la tiene, y lo más arriba posible.
El resultado es un
fútbol hecho en Harlem, que en todo caso todavía tiene que ajustar algunas
tuercas, como el retroceso (el achique que contra Godoy Cruz no siempre salió
bien) y sobre todo la contundencia con la que el domingo podría haber hecho
cuatro, cinco o mil goles.
Es cierto que van
pocos partidos, pero la tendencia es elocuente: River cada vez juega mejor.
Cada vez sostiene durante más tiempo esa danza de los cisnes de Tchaikovsky: en
Mendoza fueron cuarenta y cinco minutos y un puñado de jugadas en la segunda
parte. River está a ese nivel en el que le hacen un gol y el que mira el partido
sabe que de un momento a otro igual va a terminar ganando por decantación, por
“una búsqueda”, como dijo el propio Gallardo. Que este funcionamiento afinado
rompe con esa dicotomía absurda e inadmisible entre “ganar o jugar bien”. Que
jugando así, a River le será bastante más fácil ganar. Que no parece casualidad
que en éste, el mejor lapso de juego del tim en lo que va de la temporada, haya
llegado a tres triunfos consecutivos por primera vez en el campeonato.
“Me gusta que el
resultado llegue en pos de una idea, de una identidad. Eso me da la sensación
de que vamos por un buen camino”, explicó en otras palabras Napoleón. Esa es la
palabra: identidad. Ese es el cenit aspiracional de cualquier entrenador de
fútbol: formar un equipo con ese rasgo identitario que lo distinga, un equipo
que sepa a qué quiere jugar y, sobre todo, que juegue a lo que quiere jugar.
¿Cómo llegó a
lograrlo? Trabajo. Tal vez se pueda encontrar, sí, cierta explicación en que
Gallardo al fin ubicó al reemplazante de Ariel Rojas: Ariel Rojas. El zurdo que
hace el trabajo sucio y juega un fútbol mudo, posicional, es el engranaje que
faltaba para soltar a Nacho Fernández y que el flaquito se libere de tanta
responsabilidad y pueda asociarse con más autodeterminación con un Driussi que
baja a buscar, con un Alario animal y con un Pity que demuestra con su nivel
que eran lógicos los murmullos de antes: acaso el hincha haya advertido en su
momento lo que podía dar y no daba, que era este jugador, el de los cuarenta
palos, y no el de los últimos tiempos. En definitiva, una concordia que da como
resultado un equipo que juega a lo que siempre quiso Gallardo, que así
demuestra que es bueno-bueno en serio, que nada fue casualidad.
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